Desde la llegada a Madrid de los Borbones a principios del siglo XVIII se produce un cambio en el gusto. La nobleza y el clero siguen apostando por arquitectos castizos que se aferran a lo tradicional. Las proporciones son pequeñas y el interés se vuelca en los interiores. Los círculos cortesanos hacen traer a artistas italianos y franceses, promocionando así un barroco más internacional que desprecia la tradición española. Su arquitectura es grandilocuente y monumental, con derroche de medios y proporciones.
En esta época existe una intención de crear un prototipo urbano en base a premisas racionalistas tan ilustradas que reflejaran la funcionalidad. Dentro de este contexto es donde se desarrolla el Madrid neoclásico de Carlos III. Con él pretende sanear y embellecer la ciudad para dotarla del carácter representativo y simbólico de capital del Reino.
El edificio ya no se concebía como una pieza aislada justificable por sí misma, sino como una parte integrante de un conjunto urbano geométricamente regular, pensado de una forma racional, y subordinado a la perspectiva.
Entre los arquitectos que intervienen en la construcción de este Madrid neoclásico destacan Ventura Rodríguez, Francesco Sabatini, Diego y Juan de Villanueva.
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