El siglo XVII es el siglo en que el poder de la Iglesia contrarreformista y las monarquías absolutas llega a su apogeo, lo que requiere un estilo que ensalce su riqueza y su importancia política.
El barroco se centra en la capacidad de comunicación de la imagen, en su poder de seducción y persuasión con gran agudeza realista y, sobre todo, sensorial y con la combinación o integración de todas las artes.
Se trata siempre de composiciones vitales, llenas de movimiento y patetismo, espacios arquitectónicos reales abiertos sobre espacios ilusorios creíbles por el uso de la perspectiva y alardes escenográficos.
Además, las artes figurativas se vivifican y el límite entre lo real y lo ilusorio desaparece.
Se trata de una continua emoción visual creada por los materiales, técnicas y formas empleadas. Todo es presentado con grandeza escenográfica para asombrar y seducir. Se abandonan los principios ordenadores del Renacimiento (simetría y equilibrio) para conmover, asombrar y seducir al espectador.
Prevalecen las líneas curvas y diagonales, el adorno y el exceso de decoración.
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