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06 enero 2012

El mosaico en la época de Justiniano (tema)

A la muerte del emperador Teodosio en el año 395 el Imperio Romano se divide, dando lugar a dos imperios diferentes: el Imperio Romano de Occidente, que sufre las invasiones germanas, y el Imperio Romano de Oriente, con capital en Bizancio, que goza de un gran esplendor. Esta división política conlleva también una división religiosa: Occidente es una zona católica cuya cabeza es el Obispo de Roma, y Oriente es una zona ortodoxa a cuya cabeza se encuentra el Patriarca de Constantinopla, su capital. El Patriarca es elegido por el Emperador, uniéndose así los poderes político y religioso.
En el siglo VI asciende al poder en el Imperio de Oriente Justiniano (527-565), comenzando un periodo de esplendor y estabilidad, que será denominado como la Primera Edad de Oro Bizantina, y que abarcará los siglos VI y VII. Las características de este periodo serán: la idea de continuidad del Imperio Romano que tiene Justiniano, su idea de “renovatio imperii”, debido al triunfo del cristianismo, y el concepto de cesaropapismo, que es la unión del poder político y espiritual en la figura del Emperador.
Por tanto, artísticamente, se producirá una unión entre la religiosidad y el sentido cortesano o palaciego, prestándose mucha atención a la escenografía y aparatosidad. El arte bizantino de esta época es una unión entre el arte romano, elementos helénicos y elementos orientales. Así, Constantinopla, además de ser la capital política del Imperio, se convierte en la capital artística.
El esplendor antes mencionado hará que la mejor forma de expresarlo en los paramentos de los edificios bizantinos sean los mosaicos, que se convierten en el revestimiento habitual de sus muros y bóvedas, dejando así constancia del poder del Emperador.
El mosaico tenía una tradición importante en el Exarcado de Rávena y es herencia del Imperio Romano y del arte paleocristiano, por eso los artistas bizantinos son grandes especialistas en este tipo de arte, aunque también se producen algunas innovaciones. El mosaico consta de cubos de vidrio y piedras opacas, llamados teselas, que se colocan sobre paredes con dos o tres capas de mortero, dando lugar a dibujos y figuras de distintos colores. Esta riqueza cromática es también un símbolo del lujo y el poder alcanzado por el Emperador y a su vez de la luz y la divinidad de la que debe estar dotado un edificio religioso.
Se acentúa el sentido decorativo de las representaciones figurativas, que son más planas y estáticas y menos naturalistas y realistas, estando dotadas de gran rigidez. Gracias a estas características, las figuras están dotadas de mayor solemnidad y alejamiento, por lo que la sensación de misterio es mayor. Esto conduce a otra de las características de los mosaicos de la época de Justiniano: el carácter simbólico domina sobre el descriptivo. Además, al artista bizantino no le interesa la individualización de los personajes, pues los rasgos más significativos de los rostros y la figura humana se hacen abstractos, lo que aumenta su carácter intemporal y les da una expresividad acusada.
En cuanto a la perspectiva, los cuerpos y rostros de las figuras son representados de forma frontal. Esta ausencia de perspectiva se deja ver también en la ausencia de ambientación, por lo que los fondos de las representaciones suelen estar realizados con teselas doradas, lo que a su vez da mayor sensación de esplendor y riqueza.
Entre las representaciones bizantinas hay que destacar los desfiles, en los que la corte o la realeza se unen a los personajes religiosos y bíblicos, expresando así el concepto de cesaropapismo antes mencionado.
Algunos de los mosaicos más representativos de esta época se encuentran en la iglesia de San Apolinar el Nuevo, del siglo VI. Sus paredes se dividen en tres registros horizontales sobre los que se representan secuencias distintas. Sobre las ventanas se encuentran veintiséis paneles sobre la vida de Cristo, sus milagros y la Pasión, y en el espacio entre ventanas son representados profetas y patriarcas. En el otro registro se encuentran dos procesiones: a un lado la de las vírgenes y al otro la de los mártires, ambas de ritmo pausado y majestuoso.

Mosaico de Justiniano
Justiniano y su séquito
Otro de los ejemplos es San Vital de Rávena, donde destacan los mosaicos del presbiterio, el ábside y la cubierta, del siglo VI. Representan escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento. En el ábside se encuentra un Cristo joven e imberbe vestido con el color púrpura imperial y dos ángeles: San Vital, con traje de corte y el Obispo Eclesio que presenta su iglesia. Este mosaico es otra prueba del cesaropapismo reinante. En los tímpanos del presbiterio se relatan las historias de Abraham e Isaac junto con Jeremías y Moisés y el sacrificio de Abel y Melquisedec. En las paredes del ábside se representan dos desfiles: el de Justiniano como Emperador y Pontífice Máximo, y el de Teodora, su mujer, ricamente ataviada y con un séquito cortesano, ambos realizando ofrendas, otra prueba más de la unión política y religiosa y del poder y la riqueza imperial.
En cuanto a San Apolinar in Classe destacan los mosaicos del ábside y del arco del triunfo, en los que se representa a San Apolinar con doce corderos (los doce apóstoles) y una gran cruz inscrita en un medallón con estrellas, y la Transfiguración de Cristo, un tema muy innovador. Destaca su composición naturalista, la riqueza de su colorido y el paisaje esquemático del fondo.

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