La pintura barroca se posiciona prontamente en contra de lo anterior, determinada por los conceptos sobre el hombre, el individuo, la intimidad, la personalidad, y por los descubrimientos geográficos, astronómicos, ópticos, físicos que además de superar las técnicas de composición, perspectiva, colorido e iluminación, introducen, junto con el descubrimiento del alma individual, un relativismo desconocido hasta entonces.
Esta pintura está transida de las características más significativas del arte barroco en general: movimiento, dinamismo, recargamiento, excesos decorativos, intimismo, sensibilidad exagerada, expresionismo (en el sentido de una atención prioritaria a la expresión de los estados de ánimo de las figuras representadas), misticismo, naturalismo y realismo, populismo, tenebrismo, escorzos, perspectivas descentradas, iluminismos, patetismo, cotidianeidad, teatralidad, dramatismo...
La unidad barroca viene determinada por la subordinación, es decir, una relación fundamental de cada parte con el todo o motivo principal.
En la pintura barroca italiana se distinguen tres corrientes sin una cronología encadenada o estricta: tenebrismo, alternativa clasicista y corriente decorativista. Todos los pintores de la Europa barroca se ven influidos por una o varias de estas corrientes, sin merma de la personalidad propia o de la interpretación singular que cada uno de ellos realice.
Según los dogmas tridentinos conviene que las imágenes sean realistas y naturales, vestidas decentemente y con los atributos que Trento les asigna y que son fácilmente reconocibles por los fieles. Se persigue, además de la decencia, la ausencia de extravagancias anecdóticas, y se impulsan aquellas situaciones en que la santidad, el martirio o la ejemplaridad brillen de modo eficaz de manera que hieran la sensibilidad o declinen al sentimentalismo de los fieles.
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